Servir no le va al hombre. Y nosotros somos hombres.
No debemos pensar que servir no tenga dificultad para el creyente. Es cosa que, una y otra vez, hemos de aprender por la gracia de Dios. Pues, por naturaleza, no somos ni un átomo mejor que los incrédulos. Y éstos no quieren servir, sino mandar. También los discípulos del Señor Jesús discutieron sobre quién de ellos sería el primero en el reino de los cielos. Que ansiaran el señorío de la gracia de Dios, era bueno; pero que deseasen llevar la voz cantante en el reino de los cielos, era desastroso.
Una vez los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?». El Salvador, entonces, llamó a un niño junto a Sí, y dijo: «De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos» (Mt. 18:1-4).
Leemos, en otra ocasión, que la madre de los hijos de Zebedeo se acerco a Jesús, se inclinó ante El, y le rogó: «Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda».
Ella desea para sus hijos un lugar de honor, de poder y de grandeza en el reino de la gracia de Dios. Después, el Salvador indica que saldrán con El al encuentro del dolor, y añade, que El no decide sobre el sentarse a su derecha e izquierda. Cuando los otros diez advierten lo que aquellos dos quieren, se lo toman muy a mal a los dos hermanos. ¿Posiblemente porque ellos mismos deseaban los lugares más privilegiados? En cualquier caso, el Señor Jesús los llamó junto a El, y les dijo: «Sabéis que los gobernadores de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos» (Mt. 20:25-28).
En el severo discurso contra los escribas y fariseos, dice de estas religiosísimas personas: «Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras filas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí» (Mt. 23:5-7). ¡Es tan humano lo que esos guías de Israel quieren! Creo que a todos nos gusta lo mismo: figurar, resaltar, tener poder e influencia.
La aversión a servir ha brotado continuamente en la iglesia, y precisamente los mejor dotados corren el peligro más grande en esto. Pero ya les dijo el Salvador, y nos dice a nosotros: «Vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque
uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Mt. 23:8-12).
Incluso en la conversación durante la Santa Cena, no pudieron dejar de preguntar quién de ellos debía ser estimado como primero. En Lucas, leemos:
«Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve» (22:24 ss.).
En la sociedad y en la época del Señor Jesús, la palabra servir era bien conocida; pero nadie la quería
en su vocabulario. Con esto quiero decir que todo el mundo estaba dispuesto a dejarse servir por otros; pero en modo alguno a ser ellos los servidores. Servir era algo bajo, propio de esclavos (que para eso estaban en el mundo). A ellos les tocaba hacer el trabajo pesado; e incluso las mujeres sólo valían para servir. Pero el hombre, según la opinión de los griegos, estaba en el mundo para dominar y ser servido. Esto no sólo era así en la práctica, sino que también, como teoría, se defendía.
Hace unos días, leí la siguiente frase en un libro de aquella filosofía: «El mejor debe arrebatar lo que tenga el que es peor; el bueno debe dominar sobre el menos bueno; la élite debe tener más que la plebe». De lo que se deduce que «el mejor» era el jayán, el tipo peligroso, el que tenía algo en su mochila y en su fuerza. Después, me encontré con esta otra pregunta: -«¿Cómo puede ser feliz un hombre que sirve?». Tal cosa se tenía sencillamente como algo completamente imposible. Ser feliz, podía serlo únicamente el hombre libre, que no dependía de nadie ni de nada, que sólo vivía para sí, y quese bastaba a sí mismo. Para ser feliz, un hombre debía tener potestad y mando para hacerse servir. Existía, si no me equivoco, un solo servicio que para el griego no era indigno: el servicio a la ciudad o del estado. Pero tengo para mí que esto era más por el honor y la dignidad que por el servicio.
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