La Iglesia y la política

La Iglesia y la política

LIBRO: LA FE CRISTIANA FRENTE A LOS DESAFÍOS CONTEMPORÁNEOS, JOHN R. W. STOTT

Se habrá notado que el Pacto de Lausana no sólo hace referencia a la «responsabilidad social» sino también a la «acción social y política».

La mención de la palabra «política» es la que causa alarma a la mente de muchos evangélicos. Siempre han participado en tareas humanitarias, especialmente en programas de salud y educación; pero a la actividad política le han rehuido. En efecto, la oposición a toda vinculación de la Iglesia con la política trasciende ampliamente el movimiento evangélico. Cada vez que la Iglesia (o una rama de la misma) emprende la acción política, se pueden esperar los alaridos de protesta tanto de adentro como de afuera de la membresía. La gente exclama:«La Iglesia debería mantenerse al margen de la política» y «la religión y la política no se mezclan». Esta controversia encierra varios asuntos distintos y si no se los identifica, el debate se enturbia. El primero es la definición del término «política». El segundo se refiere a la relación entre lo social y lo político, y a la razón por la cual no se pueden separar. En tercer lugar, debemos considerar los motivos por los que algunas personas se oponen a la intervención de la Iglesia en política y qué es lo que tratan de salvaguardar. En cuarto lugar, debemos establecer a quién corresponde la responsabilidad política cristiana. En primer lugar, debemos definir los términos. Las palabras «política» (sust.) y «político»(adj.) pueden usarse en sentido amplio o en sentido restringido.

En sentido amplio, «política» denota la vida de la ciudad (pólis) y las responsabilidades del ciudadano (polítes). Se relaciona, pues, con toda nuestra vida dentro de la sociedad. La política es el arte de vivir juntos en una comunidad. Por otra parte, en sentido restringido, la política es el arte de gobernar. Está relacionado con la elaboración y la adopción de políticas de gobierno específicas con vistas a que se perpetúen en la ley. Trazada esta diferencia, podemos preguntarnos si Jesús participó en política. Si consideramos el último sentido, el más restringido, es evidente que no. Nunca organizó un partido político, ni adoptó un programa político, ni dirigió una protesta política. No dio ningún paso para influir en las políticas de César, de Pilato, ni de Herodes. Al contrario, renunció a una carrera política. En el sentido más amplio de la palabra, todo su ministerio era político: había venido al mundo para compartir la vida de la comunidad humana y envió a sus seguidores al mundo a hacer lo mismo. Es más, el Reino de Dios que proclamó e inauguró es una organización social radicalmente nueva y distinta, cuyos valores y normas desafían a los de la antigua comunidad caída. Es en este sentido que sus enseñanzas tienen consecuencias «políticas»: ofrecen una alternativa al status quo. Por otra parte, su condición de rey fue considerada un desafío a la autoridad de César, por lo que se lo acusó de sedición. En segundo término debemos considerar la relación entre lo «social» y lo «político», en el sentido restringido de la palabra. En su capítulo final, el Informe de Grand Rapids se ocupa de este asunto.

Resulta claro, pues, que un genuino compromiso social cristiano abarcará ambos: el servicio social y la acción social. Divorciarlos sería artificial. Existen casos en que las necesidades no pueden aliviarse si no es mediante la acción política (quizá podía aliviarse el trato cruel de los esclavos, pero no la esclavitud en sí; debía ser abolida). La asistencia continua a las necesidades, si bien es necesaria, puede ser un impedimento para que se lleguen a eliminar las raíces del mal. Si quienes transitan por el camino de Jerusalén a Jericó fueran golpeados habitualmente y siempre hubiera buenos samaritanos que los atendieran, es muy probable que se podría pasar por alto la necesidad de elaborar leyes que acaben con los asaltos en los caminos. Si en una cierta esquina se producen accidentes con demasiada frecuencia, lo que hace falta no son más ambulancias sino la instalación de un semáforo para evitar los accidentes. Siempre es bueno dar de comer a los hambrientos; mejor aun sería erradicar las causas del hambre, si fuese posible. De modo que si en verdad amamos a nuestro prójimo y queremos servirle, nuestro servicio puede obligarnos a emprender la acción política a su favor o a solicitarla. ¿Por qué existe, pues, tanta hostilidad hacia la participación política de la Iglesia? Esta es la tercera pregunta que planteamos. De las críticas recientes, la formulada por el Dr. Edward Norman en las Conferencias de Reith tituladas Christianity and the World Order (El cristianismo y el orden mundial) probablemente haya sido la más sistemática. 35 En realidad no negó que las enseñanzas bíblicas tengan consecuencias sociales («es evidente que las tienen», dijo, p. 74) ni que el amor de Dios lleve a los cristianos a «la acción social y política corporativa» (p. 79). Su preocupación se debía más a «la politización del cristianismo», es decir a «la transformación interna de la fe misma, de manera que pase a definirse según valores políticos» y su esencia se «reinterprete como un plan de acción social y política» (p. 2). Sin duda el doctor Norman tiene razón al afirmar que el cristianismo no puede reducirse a un programa político, ni identificarse con él. Sin embargo, pienso que su reacción a esa tendencia fue excesiva, de tal modo que muchas personas llegaron a la conclusión de que la Iglesia debería ser completamente apolítica.

El hecho de que pensemos que la Iglesia debe ir más allá de la enseñanza, para emprender la acción política colectiva, depende de la tradición protestante a la que adhiramos, ya sea luterana, reformada o anabautista. Coincidiremos, al menos, en que la Iglesia no debería ingresar en este ámbito si no cuenta con la suficiente preparación.

 

Cuál león rugiente y oso agresivo es el gobernante perverso sobre el pueblo pobre.

Proverbios 28:15

 

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