La comunicación como proceso social, vital para la convivencia, nace con el hombre mismo y ha sido potenciada modernamente a través de grandes organizaciones y poderosas tecnologías (DP 1064).
Las comunicaciones humanas, en efecto, pueden ser consideradas como procesos inscritos en la dinámica personal, grupal y masiva que posibilitan la convivencia social, y también como organizaciones sociales que potencian las interrelaciones humanas a través de los modernos medios de difusión. Pero en ambas perspectivas, el término y fin de la comunicación es el hombre, a quien deben someterse todos los medios y técnicas, cuyos usos son, a veces, ambiguos y aún nefastos para el hombre.
La Evangelización como anuncio, celebración y actuación de las nuevas relaciones del Reino de verdad y comunión está llamada a liberar y perfeccionar las virtualidades de nuestros pueblos latinoamericanos para lograr una convivencia más participada y plena. El proceso de la liberación integral abarca la conversión del hombre latinoamericano desde las dimensiones más profundas de su personalidad hasta el conjunto de las relaciones que lo vinculan con la naturaleza y la sociedad. En la perspectiva un relacionamiento con Dios.
La liberación de la incomunicación es así don y consecuencia de la filiación divina, y a la vez tarea histórica que se deriva de esa gracia. La Evangelización ilumina el horizonte de comprensión de esa tarea: restituir al hombre su verdadera identidad de imagen y semejanza de Dios (Gen 1,26), según la figura del Hombre Nuevo, Jesucristo, que reconcilia a los hombres entre sí y al mundo con su Creador (1Cor 15,28). Por eso, la tarea evangelizadora conduce a la liberación de las esclavitudes que desfiguran el rostro del hombre y de una nueva humanidad más comunicativa y fraterna, y a la superación de las barreras que impiden la reconciliación integral (2Cor, 5,19).
Allí donde el Amor teje nuevas relaciones de comunicación de bienes materiales y espirituales (1Jn 4,16), se gesta el nacimiento y desarrollo del Reino de Dios en la historia, que gime con dolores de parto hasta la plenitud de la comunión final (Rom 8, 10-27).
En resumen, ningún proceso o sistema comunicativo es indiferente al cristiano y a la Iglesia, ya que en ello se juega la dignidad del hombre y “cuando un hombre es herido en su dignidad, toda la Iglesia sufre” (Pablo VI, enero de 1977 – DP 1289).
Más aún, la Evangelización es comunicación de la Buena Nueva de Liberación para instaurar la comunión del Reino de Dios, y, como auténtico proceso de comunicación liberadora, implica en su raíz la denuncia del pecado de incomunicación y el anuncio de la superación de las condiciones opresivas que impiden la comunión, anunciada por Jesucristo. Es tarea de reflexión cristiana discernir a la luz de la fe las manifestaciones de gracia y de pecado que acogen o rechazan la Buena Nueva de Liberación y el don de la Comunión en la situación de nuestro continente. Debemos estar atentos al “paso” del Señor.
Pautas para la reflexión a la luz de la fe
Si bien el fenómeno humano de la comunicación es tan antiguo como el hombre, ha cobrado actualmente un enorme interés por la expansión tecnológica de los Medios de Comunicación Social.
Aún en el caso de que todavía no hubiera las condiciones para una teoría sistemática y coherente sobre la teología de la comunicación, la Iglesia no puede eludir una reflexión y una mirada profunda sobre los fenómenos comunicacionales, ya que tanto su ser como su quehacer están inscritos en tales procesos.
Desde la recomendación hecha en la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín (M 17), para elaborar una Teología de la Comunicación se han sumado numerosos esfuerzos de agentes pastorales y expertos en comunicación, así como aportes de las Conferencias Episcopales y de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Puebla, cuyas reflexiones han sido en gran parte vertidas en el documento “Hacia una Teología de la Comunicación en América Latina” (DECOS – CELAM, julio 1983).
Obviamente, esto no invalida el esfuerzo que las comunidades eclesiales deben seguir haciendo para iluminar las situaciones concretas en las que se desenvuelven y para responder a los requerimientos de la evangelización en el mundo cambiante de las comunicaciones. Estos elementos de reflexión tienen en cuenta los anteriores aportes, especialmente Magisterio Eclesial, y buscan estimular ulterior reflexión que alimente una pastoral comunicacional dinámica y eficaz.
La Iglesia Latinoamericana, como Jesucristo, vuelve su mirada hacia la realidad del continente para reconocer y dignificar aquellos rostros ciegos y mudos que la habitan, para devolver la vista a los que no ven o no se les permite ver, suscitar la palabra de los que no tienen voz o son silenciados y, en fin, para establecer un diálogo que lleve a la comunión de los hermanos entre sí y con el Padre.
La siguiente pauta para la reflexión envuelve una cuádruple mirada. Una primera, hacia el hombre latinoamericano envuelto entre luces y sombras de comunicación e incomunicación, destinatario de la Evangelización. Una segunda, hacia Jesucristo, Imagen de Dios, quien con su vida, palabras y obras, viene a anunciar la Buena Nueva de la Liberación y a restablecer el plan de Dios, que es de comunicación y comunión (DP 211). Una tercera, hacia la Iglesia, sacramento de comunión y sujeto de evangelización, que prolonga a través de los tiempos la misión de Cristo para la plena realización de todo el hombre y de todos los hombres (DP 1303-1304). Por fin, la última mirada se dirige hacia algunas proyecciones prácticas de la comunicación cristiana.
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