El plan de Dios sobre el hombre y la nueva humanidad se nos ha hecho accesible en la persona y en la vida de Jesús. En Jesús, defensor de la causa del hombre y de la vida humana, como causa de Dios, se nos hace patentes el sentido de nuestra existencia y el destino de la humanidad, llamada a la comunicación de los hombres entre sí y con el Padre.
El diálogo, iniciado por la condescendencia de Dios y entablado a lo largo de la historia de la salvación, especialmente con el Pueblo escogido (DV 2), culmina, como dice el Vaticano II, cuando “El envió a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios” (Jn 1,1-18). Y en Jesús, “Imagen de Dios invisible” (Col. 1,15) se nos revela la intimidad de Dios, que es Amor (1Jn 4,8), es decir, donación de sí mismo a otro y, por lo tanto, comunicación. Por El conocemos que la nueva humanidad, rescatada a imagen y semejanza de Dios, está destinada a la comunicación y a la comunión (HTC 76).
Pedagogía de la Encarnación
La Encarnación de Jesús, por la que Dios se vuelve el “Dios con nosotros” (Is. 7,14), marca el momento cumbre de la comunicación entre Dios y el hombre. El camino de la Encarnación señala el proceso a través del cual Dios ha comenzado a hacer “pasar” su comunicación por el mundo y la historia, en la materia sensible y en la carne humana.
En Jesús nos encontramos con un Dios cercano e identificado con el hombre, que busca la comunicación y la comunión total, en prolongación del proceso comunicativo de la Familia Trinitaria (Jn. 1,14). Por El, que es la Palabra increada, se nos revela la “Verdad” del Padre (Jn. 14,6), que nos invita gratuitamente a la filiación.
Su Espíritu de Amor nos impulsa incesantemente a volver al Padre, venciendo la muerte y derribando el pecado, que incomunica a los hombres con Dios y entre sí (Rom. 8,15; Gal. 4,6).
Dicho proceso quedará terminado cuando todos aquellos a quienes el Padre comunicó la existencia por su Palabra, eligiéndolos “para ser sus hijos” (Ef. 1,5), hayan vuelto hacia El por su Palabra hecha carne, y en el Espíritu de Amor que aquella comunica. Entonces la comunicación de Dios con lo creado estará completa: se habrá convertido en comunión plena. Y en comunión encarnada, porque “Dios será todo en todos” (Cor. 15,28).
Puebla, aludiendo a esta actitud divina frente al hombre, nos la define como una pedagogía de la Encarnación (DP 272). Es decir, un camino o método mediante el cual Dios va conduciendo al hombre progresivamente hacia formas cada vez más sorprendentes de comunicación y comunión, a partir de la actitud vital de ponerse en lugar del otro. En sentido analógico podemos decir que Jesucristo es la empatía de Dios con el hombre y del hombre con Dios.
Jesucristo asume plenamente la dinámica de la creación, cumpliendo el mandato de “dominar la tierra” (Gen. 1,28), al consagrar las formas de prolongar la natural capacidad comunicativa de su cuerpo (HTC 102). Asimismo utiliza la mediación de signos e instrumentos, asumiendo ambas realidades visibles y corporales que aluden a los dos aspectos esenciales de la comunicación humana: a su dimensión cognoscitiva y a su finalidad unitiva.
En cuanto al término y fin de toda comunicación humana en la comunión, todo proceso permanecerá incompleto mientras se reduzca a la mera información o transmisión: su destino es llegar, a través de ésta, a obrar eficazmente la plena unión en el amor. Todo medio sensible, por su carácter de signo e instrumento para la unión, tiene una cierta potencia “sacramental”, es decir, capacidad para significar y realizar la unión.
Pero es en Jesucristo donde se expresa de modo pleno y privilegiado esta sacramentalidad. El concilio Vaticano II aplica el término “Sacramento” a quien le compete por antonomasia: a Jesucristo, Palabra e Imagen, es decir, signo eficaz, carne visible portadora de Salvación (LG 1)
De esta forma la Encarnación nos revela la verdad del hombre a partir del Dios humanado, que es Amor, es decir, comunicación y comunión de personas, y a la vez Sacramento, medio que conduce a los hombres a la comunión con Dios y entre sí (HTC 106).
Los seguidores de Jesús descubrimos en su mensaje -manifestado en gestos y palabras- y en su praxis -expresada en su acción y pasión- la auténtica imagen de la nueva humanidad, animada por el mismo Espíritu (Rom. 8,29).
Recurrimos a Jesús, no para imitar literalmente a Jesús, sino para responder, como Jesús, a las nuevas situaciones a partir de su Espíritu.
Siguiendo a Jesús, inspirándonos en su comunión con el Padre y solidarizándonos con los hermanos más humildes (Mt. 25, 40), compartimos la historia de Dios que en Jesús se vuelve hacia la humanidad, convirtiendo su historia en la historia nuestra.
¡Tu pasión, nuestra misión!