David cayó en pecado con Betsabé, y sus errores giraron en torno a adulterio y asesinato, pecados muy graves. Pero la idea no es juzgar el proceder de este gran hombre de otros tiempos, sino observar las cosas que lo llevaron a ello para que así sirva de lección para nosotros, futuros líderes:
Ociosidad.
El fracaso moral de David ocurrió durante una época en que debiera haber estado ocupado con los negocios del reino, guiando activamente a sus tropas en batalla. En cambio, se quedó en casa con comodidad y ociosidad. Como dice el viejo adagio: “La ociosidad es el taller del diablo”.
Intención.
Aunque el texto no declara explícitamente la intención de David la noche de su pecado inicial con Betsabé, sin duda él se puso en una posición donde el pecado era posible. David había estado en su tejado antes y sabía cuál era la vista desde allí. Sus intenciones eran sospechosas.
Interés.
Cuando David vio a Betsabé bañándose, podría haber huido del tejado y regresado a la seguridad espiritual de su palacio; en cambio, lo que vio despertó su interés. Se permitió a sí mismo entretener un interés en algo que estaba muy mal. Se quedó en presencia del pecado potencial en lugar de huir.
Investigación.
El interés de David en el pecado le llevó a comenzar una investigación sobre aquella señora. Su curiosidad le guió a medida que comenzó a aceptar la posibilidad de pecar. La semilla de la tentación había crecido. Ahora invertía energía para descubrir quién era ella: el pecado ya estaba obrando en el corazón de David.
Invitación.
Finalmente, David hizo una invitación a Betsabé. Él había abierto la puerta al pecado, y el pecado se apresuró a entrar con gran furia. Todo comenzó con la ociosidad. •Un paseo en la tarde por el tejado de palacio pasó a feos actos de adulterio y asesinato. La tentación había tejido su red y capturado a su presa, y tendría su efecto.
Consecuencias de ceder a la tentación
Distorsión y devaluación de la Palabra de Dios.
Cuando escuchamos al diablo, sin duda seremos engañados; él distorsionará nuestra perspectiva de la Palabra de Dios. El pecado hace que ignoremos o pervirtamos los mandatos e instrucciones de Dios
Distracción de nuestras responsabilidades y disciplinas.
Cuando cedemos a la tentación, nuestros pensamientos y atención se dirigen a otras cosas. Nos hacemos espiritualmente pasivos y dejamos de hacer las cosas que nos mantenían fuertes en espíritu.
Disminución de nuestra eficacia espiritual.
Ceder a las tentaciones retrasa nuestro viaje espiritual y limita el flujo del poder de Dios en nosotros y por medio de nosotros, impactando nuestra confianza y autoridad espiritual en Cristo.
Disuasión de la comunión con Dios y con el pueblo de Dios.
El pecado roba nuestro apetito de Dios; también destruye nuestro deseo de comunión con el pueblo de Dios. El pecado también nos lleva al aislamiento de los recursos que pueden ayudar a que nos recuperemos.
Descrédito de nuestro testimonio cristiano.
Ceder a la tentación siempre impacta nuestro testimonio cristiano. El pecado mina nuestra confianza espiritual y afecta a nuestra valentía y celo de Dios, haciendo daño a la causa de Cristo.
Debilitamiento de compromisos y valores piadosos.
Ceder al pecado debilita la fortaleza de nuestros compromisos; debilita nuestro sistema de valores con el tiempo y comenzamos a aceptar cosas que solíamos rechazar. Hacer concesiones se convierte en la norma.
Deterioro de nuestra paz
Cuando nos desconectamos de Dios por el pecado, nos desconectamos de la fuente de paz interior. Entonces nos hacemos más vulnerables a la ansiedad y el temor y nos sentimos más solos.
Perturbación de la paz de otros.
Cuando carecemos de paz, tenemos una mayor tendencia a perturbar la paz de otros. ¡Las personas perturbadas perturban a otras! La estela de nuestro pecado afecta a las personas que nos rodean.
Embotamiento de nuestra conciencia.
Por el pecado, la voz de nuestra conciencia se vuelve cada vez más débil y, al final, queda totalmente apagada. Al hacer eso se cierra una dimensión de la voz de Dios.
Dominio de la oscuridad.
Nadie que esté en sus cabales abriría la puerta y permitiría que una víbora venenosa entrara en su casa. Sin embargo, cuando abrimos nuestra vida al pecado, damos entrada a víboras espirituales venenosas.
La Escritura nos proporciona un sentido de confianza y seguridad espiritual en que, ante la tentación, Jesucristo comprende nuestra lucha. Él afrontó y conquistó las batallas que nosotros afrontamos y nos ofrece los recursos del cielo (ver Heb 4:15,16).