Creo que he formado buenos hábitos respecto a mi tiempo de oración matutino, pero a menudo siento que cambio a otro mundo cuando voy al trabajo. Es muy fácil para mí dejarme llevar por las preocupaciones de las fechas de entrega, por la urgencia de los correos, y por la presión de las expectativas. No quiero olvidar que todo lo hago para y con Dios. ¿Habrán algunos hábitos que puedan ayudarme a conectar mi día laboral con recordar, alabar, y amar a Dios?
Tengo un recuerdo muy vívido de mi niñez de mi papá y mi tío acostados en el piso del garaje reparando una motocicleta. Recuerdo anhelar con todas mis fuerzas que me pidieran ayuda, que me incluyeran en lo que hacían. Finalmente, mi papá me miró y me dijo: “Oye, ¿puedes pasarme esa llave?”. Lleno de orgullo, corrí a la caja de herramientas, tomé la llave, y corrí hacia él.
Siempre he atesorado ese momento porque me recuerda que el corazón del llamado bíblico a la vocación no es solo algo en qué trabajar, sino trabajar con alguien.
Como exmisionero y ahora abogado corporativo, siempre he estado motivado a trabajar por el mandato cultural (Gn. 1:28). Sin embargo, no fue hasta que tuve una terrible crisis de ansiedad que me di cuenta de que, no solo es necesario saber que Dios me llama a mi vocación, también necesito hábitos que refuercen que he sido invitado a trabajar junto a Él en esa vocación. Él no me manda al garaje a jugar con la motocicleta, Él está en el piso del garaje invitándome a unirme a su trabajo.
Les presento 5 de mis principales hábitos para practicar la presencia de Dios en medio de oficinas ocupadas y saturadas de tecnología.
1. Oración de rodillas al mediodía
Orar en el trabajo es una de las mejores cosas para tu trabajo. Sugiero arrodillarse, ya que llamar la atención del cuerpo es la mejor forma de llamar la atención del alma. (Si trabajas en un lugar público donde hacer una pausa para arrodillarse sería más distrayente que útil, trata de dirigir tus palmas discretamente hacia arriba o hacer algo físico que distinga el momento en el cual hablas con tu Señor y colaborador, Jesucristo).
Aún cuando entro a trabajar después de una buena rutina mañanera que incluye mi tiempo a solas con Dios, un correo que me recuerda que olvidé hacer algo por un cliente desmorona mi identidad en solo dos segundos. Sí, soy así de frágil. Probablemente, tú también. A esto se le llama ser un pecador redimido; nuestras identidades compiten una con otra en una incesante pelea. Frecuentemente el ring es nuestro lugar de trabajo.
El trabajo es un terreno donde nuestra identidad entra en tensión: no cumplir una fecha de entrega, dirigir mal una reunión, o enviar el correo equivocado, rápidamente pueden convertirse en crisis existenciales. ¿Soy lo suficientemente bueno? ¿Soy digno de mi salario? Si hay momentos oportunos para hábitos, son estos.
Pausar al mediodía para arrodillarnos a orar nos sirve como el punto de fricción en la rutina del día. Ayuda a detener las voces del alma llenas de duda y enfocadas en el “yo”, y nos recuerda quiénes somos y a quién pertenecemos. Somos hijos amados del Rey. Una oración al mediodía nos recordará que no trabajamos para probar quiénes somos, sino debido a lo que somos.
Escribo más detalladamente sobre esta práctica en mi libro de creación de hábitos: The Common Rule (La regla común). Una respuesta que frecuentemente recibo de las personas es que este hábito ha transformado la forma en la que trabajan. Intenta poner una alarma o un recordatorio por un par de semanas hasta que se convierta en un hábito.
2. Que tu acto de adoración espiritual sea evitar las distracciones
Es fundamental que la iglesia moderna entienda nuestra era de distracciones como una amenaza espiritual inminente. No necesitamos tener miedo, pero sí saber a qué nos enfrentamos.
Evidentemente, la distracción tecnológica es una amenaza al objetivo de trabajar con excelencia como para el Señor (Col. 3:23-24), y esa debería ser razón suficiente, ya que estamos llamados a trabajar de tal modo que otros glorifiquen a Dios (Mt. 5:16). Pero también debes entender que es una amenaza a otro objetivo central de tu trabajo: amar a Dios y a tu prójimo a través de este.
La distracción nos impide trabajar en amor y nos lleva a trabajar adormecidos, ausentes, o irritados. Tu teléfono, Gmail, mensajes de texto, y notificaciones de redes sociales no solo reducen tu productividad, también reducen tu capacidad de mantener tu atención y quiebran tu presencia. Es imposible amar completamente a las personas sin mantener nuestra atención y nuestra presencia, entonces ¿por qué creemos que podemos amar a Dios y a nuestro prójimo a través de nuestro trabajo sin estas capacidades? Ya es difícil entender cómo cambiar pañales, hacer hojas de cálculo, o vender productos se relacionan con amar al prójimo, pero es casi imposible cuando las distracciones nos adormecen durante la jornada laboral.
Muchos hábitos pueden ser de ayuda. Recomiendo mantener tu teléfono en otro lugar mientras trabajas, o si lo necesitas para trabajar (como a menudo me pasa) modifica sin piedad la configuración de las notificaciones que recibes para priorizar tu trabajo y protegerte de las distracciones. Cada persona tendrá que personalizar este hábito de acuerdo a su trabajo, pero nadie debería ignorarlo. Es uno de los medios más importantes para dar lugar a experimentar la presencia de Dios en nuestro trabajo.
3. Mira a las personas a los ojos
No te preocupes, no me refiero a mirar fijamente a cada compañero de trabajo hasta que cuestionen tus intenciones, pero los ojos del ser humano son algo significativo. El contacto visual genuino normalmente es una de las formas más rápidas de recordarte a ti mismo que la persona con la que hablas es real, está viva, y es portadora de la imagen del Dios trino.
Del otro lado de cada conferencia, correo masivo, evaluación de rendimiento, o venta, se encuentra un ser humano con una historia más emocional, complicada, terrible, y hermosa de la que puedes imaginar. Cada persona es la hija, el padre, la madre, el hermano, o el cónyuge de alguien; fracasar en tratar a nuestros colegas o clientes con dignidad y respeto a menudo inicia con un fallo de la imaginación que los reduce a algo menos que humanos. Ellos se convierten en un clic, en una meta, comisión de ventas, recurso base, o en un peón a quien debes manejar.
Saber que Cristo está con nosotros en el trabajo significa que permanecemos con Él, mirando a nuestros compañeros de trabajo y viéndolos a ellos a través de los ojos de Cristo. Hacer esto cambia radicalmente nuestra cultura de trabajo, ética de ventas, resultados de recursos humanos, y más. Hacer contacto visual es un pequeño hábito que te ayuda a ver a un portador de la imagen de Dios en cada persona que conoces, y a tratarla como tal.
4. Usa el poder de las palabras
Las palabras tienen poder, incluso poder divino. Dios creó el mundo con palabras. Él lo salvó a través de la Palabra hecha carne.
No tienes que ser un escritor para ser llamado a administrar las palabras como parte de tu vocación. Las buenas reuniones se construyen con la visión de las palabras de un líder; las evaluaciones significativas de los empleados ocurren cuando quien está a cargo piensa cuidadosamente en las palabras que usará con esa persona. Un correo electrónico con palabras bien pensadas puede hacer la diferencia entre un chisme laboral o la resolución de un conflicto. Todos nuestros trabajos traen consigo oportunidades para usar las palabras cuidadosamente, y los seguidores de Jesús deben estar especialmente atentos del poder edificante o destructor de las palabras.
Imagina esto por un momento: todos nosotros, gente confundida y perdida, llegamos a tu lugar de trabajo para tratar de probar que valemos algo. Cada persona que encuentras está peleando esta batalla espiritual, y están escuchando las mismas narrativas que tú: no vales nada. ¿Ni siquiera puedes hacer bien esto? Es un milagro que sigas trabajando aquí.
A veces, tu palabra de ánimo, o aún tu crítica gentil, puede ser un acto de amor en contra del enemigo, quien quiere engañar a todos en tu lugar de trabajo para que piensen que no son merecedores de ser amados.
Ya sea compartiendo el evangelio con un colega, guardando tu crítica hiriente hasta después de que te hayas tranquilizado, o simplemente dando un cumplido sincero sin que te lo pidan, edifica grandes cosas en tu trabajo a través de tus palabras. Para lograr formar este hábito, intenta tomar un respiro lento e intencional antes de que digas algo en un momento importante, como un recordatorio de que estás a punto de usar algo poderoso.
5. Permite que tu sabbat marque el ritmo de tu trabajo
Vivir en un ritmo de urgencia frenética es fundamentalmente incompatible con el mandato de: “Estén quietos, y sepan que Yo soy Dios” (Sal. 46:10). Recuerda: soy un abogado corporativo cuyos clientes quieren que cierren sus negociaciones el día de ayer. Son demandados y necesitan respuestas inmediatas de mi parte. Estoy íntimamente familiarizado con las emergencias a cualquier hora del mundo laboral, pero aún los cirujanos cardiovasculares no están siempre de guardia.
El emprendedor que estructura su compañía para que ninguna decisión se tome a menos que sea consultada con él, la madre a tiempo completo que rehúsa buscar una niñera, o el abogado que nunca puede apagar su teléfono, todos comparten el mismo mal espiritual: actúan como si el mundo dejara de girar si dejan de trabajar.
Solo hay una persona que sostiene todas las cosas, y su nombre es Jesús. El resto de nosotros puede descansar, porque Él ya ha terminado el trabajo. Este es un principio fundamental de nuestra salvación: somos salvos no por lo que hacemos, sino por lo que Jesús ha hecho por nosotros. El trabajo de su muerte y resurrección significa que podemos descansar en lo que Él ha logrado en nuestro lugar.
Nuestra salvación afecta todo, incluyendo nuestro trabajo. Al aplicarlo a esta área, no necesitamos esforzarnos las 24 horas y fines de semana como si nosotros pudiéramos sostener el mundo. En vez, debemos reforzar la realidad de que no somos indispensables con la práctica semanal del sabbat. Esto descentraliza nuestra identidad y centraliza la de Dios. Nos recuerda que el trabajo es suyo, no nuestro, y que podemos unirnos a Él desde un lugar de descanso rítmico, en lugar de la constante fatiga.
Practica la presencia de Dios
El mes pasado estaba construyendo una nueva estantería y le pedí a mi hijo de 5 años, Asher, que presionara el gatillo del taladro para atornillar cada tornillo. Ojalá hubieran visto su rostro. Creo que fue uno de sus mejores momentos del año (¡aunque me tomó cuatro veces más tiempo que si lo hubiera hecho yo solo!). Pero no lo invité a trabajar conmigo porque necesitaba ayuda. Lo invité a trabajar conmigo porque lo amo.
De igual modo, todos llevamos un anhelo fundamental de trabajar con alguien que sea más grande que nosotros, y que nos ama tanto como para invitarnos a ayudarle. La hermosa realidad del trabajo es esta: Dios está con nosotros. Ninguno de estos hábitos cambia esta realidad; simplemente son algunas formas para descansar en la verdad que ha sido dada gratuitamente y por gracia: Dios está contigo en tu trabajo.
Este artículo fue escrito por Justin Whitmel Earley, y fue publicado originalmente en Coalición por el Evangelio. Para más artículos y contenidos como éste, visita www.