Desde que tengo memoria mi familia me enseñó lo fundamental que era ganarse el pan con el sudor de la frente. Esa instrucción era tan práctica que, con solo 10 años, ya tenía pequeños “trabajitos” como vender dulces en el mercado y en otros lugares.
Empecé a trabajar en mi carrera (psicología) a los 21 años. El primer empleo fue para una ONG internacional cristiana que realizaba proyectos a favor de la niñez. Me desempeñaba en gestión de talento y permanecí allí por tres años y medio. Luego postulé a un trabajo para el grupo económico más importante de mi país, en una posición retadora de reclutamiento y selección de personal, donde permanecí por cerca de dos años. Actualmente trabajo como parte del equipo de captación de talento para una de las más importantes compañías de software a nivel mundial.
Como profesional de recursos humanos me ha tocado muchas veces dar la buena noticia de que alguien ha sido contratado, uno de los momentos más emocionantes y enriquecedores de mi día a día. Decirle a alguien que se ha reconocido su talento, profesionalismo y experiencia, y acompañar esto con una buena propuesta (en todos los sentidos) es un gran privilegio. Especialmente cuando sabes todo lo que hay detrás de la búsqueda laboral, y más en estos días difíciles que estamos viviendo.
Sin embargo, la experiencia laboral no solo está marcada por el regocijo de la contratación, sino también por el dolor de ser despedido. Esto también lo conozco de manera personal: entre 2019 y 2020 me tocó ser despedida tres veces.
Incertidumbre laboral
Esto puede ser contradictorio para alguien que siempre ha tenido un desempeño por encima de la media y que básicamente su trabajo es “dar trabajo”. Sin embargo, nadie está exento de un despido y, como hija de Dios, he podido ver su mano aun en esos momentos difíciles. Con o sin trabajo, sus planes siempre han sido mejores que los míos y Él nunca deja de estar presente en mi vida.
Fui despedida por primera vez en marzo del 2019. Esto se debió a una reestructura organizacional que eliminó mi puesto de la empresa. El Señor que hace que todas las cosas cooperen para bien (Ro 8:28), hizo que este despido sirviera para poder realizar un viaje misionero. De manera inesperada (pero no para el Dios soberano), volví a trabajar en la misma compañía al siguiente mes de ser despedida, en mayo del mismo año.
Un año después, por la crisis del Covid-19, tuve que decir adiós nuevamente a mi trabajo. Esta vez aproveché el tiempo para dedicarme más a servir en mi iglesia local por un periodo de dos meses, un anhelo que siempre tuve. El desempleo duró unos meses y volví a mi trabajo con un contrato que se renovaba de mes a mes en agosto del 2020. Esto me dejaba en una situación de inestabilidad, pero fue bastante edificante para mí.
Finalmente surgió una oportunidad de trabajo inesperada. Pasé todas las entrevistas y fui seleccionada justo cuando mi contrato anterior había terminado en septiembre del 2020. Dios fue puntual y en su infinita gracia tuvo compasión de mí. Nunca me desamparó.
Quisiera compartir algunas verdades que pude aprender en este proceso de incertidumbre laboral y dependencia del Señor. Estos tiempos no son fáciles y la incertidumbre familiar nos puede desalentar y afectar en todo sentido. Por eso te invito a reflexionar en estas cuatro lecciones que aprendí durante este período:
1. El Señor es fiel en proveernos
Nosotros vivimos por fe y esto siempre será suficiente aquello que Dios nos provee para cada día. Te puedo decir esto con certeza porque, aunque perdí mi trabajo, en mi hogar nunca faltó el pan, solo por la gracia de Dios. Él es nuestro proveedor, pero no lo sabremos hasta que algo tan esencial como el trabajo nos falte alguna vez. Lo cierto es que el Señor que dio maná en el desierto a su pueblo, y alimentó al profeta a través de cuervos junto al arroyo, también me ama y tiene cuidado de mí (Sal 37:25).
2. Nuestro futuro es Suyo
Nos solemos angustiar y hasta enfermar en medio de la incertidumbre. Por supuesto que no podemos quedarnos de brazos cruzados y esperar que el trabajo aparezca de repente. Tenemos que hacer lo que nos corresponde, pero también debemos saber que nuestra vida debe descansar en su soberanía, providencia y misericordia. Él me ha sacado de un trabajo y puesto en otro, Él está al tanto de cada empleador y que en cada oportunidad laboral que Él me ha dado, finalmente lo estoy sirviendo a Él. ¡El Dios que controla el universo está pendiente de qué voy a comer mañana! Esto me llena de asombro y gratitud hacia Aquel que tiene cuidado tierno de mí (Mt 6:26-36).
3. El trabajo secular es tan sagrado como el servicio en la iglesia
R. C. Sproul decía que “cualquier vocación que responde a las necesidades del mundo que Dios creó se puede considerar un llamado divino”. Aquello en lo que nos capacitamos y que ponemos al servicio de la sociedad es tan beneficioso como nuestro servicio en la iglesia.
Sea que te desempeñes como pastor o como administrador, todos estamos llamados a darle la gloria a Dios con nuestro trabajo bien hecho y así servir a nuestra comunidad (Ef 4:28; 1 Ts 4:11). Por tanto, no pienses que el Señor no valora el trabajo que buscas. El trabajo secular es también preocupación del Señor, porque no solo trabajas para otros seres humanos, sino que “es a Cristo el Señor a quien sirven” (Col 3:24).
4. Dios nos llama a depender de Él
Al pasar por estos despidos, especialmente en medio de una pandemia y una incertidumbre generalizada, he podido fortalecer mi compromiso al Señor. Si hubiese estado cómoda y sin de qué preocuparme, probablemente mi fe no se habría fortalecido.
Dios quiere que rindamos toda nuestra vida, incluso lo más “seguro” que podamos tener. Cuando se nos quitan todas nuestras seguridades podemos entender que Él es suficiente (Mt 16:26-27).
Si por el momento estamos pasando por una cesantía forzada y toda la incertidumbre que trae consigo, si ahora nos toca perder algún tipo de seguridad en esta tierra, tengamos presente que lo único seguro e imperecedero es Jesucristo, la roca inamovible que ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Este artículo fue escrito por Karina Evaristo, y fue publicado originalmente en Coalición por el Evangelio. Para más artículos y contenidos como éste, visita www.