Dando la Palabra

Dando la Palabra

«De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aun no erais capaces, ni sois capaces todavía» 1ª Corintios 3:1‑2.

Aquí el apóstol Pablo estaba discerniendo el estado espiri­tual de sus oyentes: Eran niños espirituales. Y discernía también qué tipo de alimento espiritual debía darles: Leche espiritual. ¿Es importante que contemos con el estado espiritual de las personas a las que hablamos para saber lo que debemos decir y cómo? Esto parece evidente en el texto que estamos considerando; el apóstol se limitó así mismo en sus conoci­mientos para el provecho de sus oyentes, les dio leche, pudo darles alimento sólido, pero no podían digerirlo.

Ya que compara la situación espiritual con la vida normal, ¿nos parecería lógico que diéramos a un niño de meses un filete para comer?  Quizás diríamos: «El filete tiene más alimento, algo le quedará» pero ¿sería propio?  No, ¿verdad? Segura­mente le haríamos un gran daño en lugar de un benefi­cio.  ¿Por qué no tenemos este cuidado en el terreno espiritual?  ¿Sólo porque no vemos las consecuencias a simple vista? ­ ¿O porque vemos su cuerpo de adulto y no vemos su espíritu y mentalidad de niño?  ¡Quiera el Señor darnos discernimiento para entender estas cosas y ser de verdad útiles a los que nos oyen!

En este pasaje vemos a dos tipos de personas, ambas son creyentes: El niño y el maduro; El espiritual y el carnal; el que puede recibir alimento sólido y el que sólo puede tomar leche. En conse­cuencia a cada uno hay que darle lo suyo… si somos capaces. Pero hay otro tipo de persona que no se menciona aquí, es la inconversa, la que no ha nacido de nuevo y que ni siquiera es niño espiritual.  Aquí hay que hablar de otra manera, hay que darles la palabra que la lleve a Cristo, que la convenza de pecado, que reconozca su necesidad.

También sabemos que cada persona con la que hablamos, esté al nivel que esté, tiene su necesidad urgente, su problema, su duda, su angustia.  Podemos dar sermones o estudios de las grandes doctrinas bíblicas… sin hacerle ningún beneficio; o podemos poner la Palabra como bálsamo en las heridas de los oyentes. (no estoy en contra de dar sermones de las doctrinas bíblicas, pero creo que esto tiene su lugar en reuniones formalizadas donde ya se espera que será así, bien sea a cinco o a quinientas personas, pero están preparadas mental­mente para recibir esto, están habituadas)

Pero está ese otro ministerio de la Palabra que es hablar con las personas, sea creyente o no ¿Cómo puedo saber lo que le pasa para ayudarle eficazmen­te?  Es escuchándole con amor. En esa charla previa que tenemos con él, nos cuenta, le preguntamos, nos dice… y en un interés sincero vamos discerniendo su problema para darle la palabra adecuada.

Esto no podrá hacerse precipitadamente. Estamos hablando de heridas que deben ser sanadas, lesiones por fallos en la confianza de hermanos, frustraciones por mal entendimiento de la vida espiritual, pecados ocultos, etc. y podemos ilustrarlo con el médico que recibe al enfermo y le manda medicinas. Hay médicos que apenas escuchan al enfermo y enseguida le recetan, el paciente sale de allí decepcionado, y piensa: ­ ¡Ni tan siquiera me ha escuchado!  ¿Puede esta persona tomar con fe la medicina?  No lo creo, mas bien tendrá dentro la pregunta ¿cómo puede mandarme esto si no sabe lo que me pasa?  Sólo cuando el médico se interesa de verdad por el paciente y le pregunta hasta que el enfermo se siente comprendido en su problema, éste puede salir tranquilo de la consulta y aliviado. ¿Hacemos así en nuestro ministe­rio cristiano?  ¿Mucha gente no queda con la impresión de que le largamos «el royo espiritual» pero no hemos escuchado?  ¿Cómo no decir que cuando una persona se siente escuchada YA ha recibido alivio?  y ¿cómo no decir también que cuando escuchamos y entendemos su problema podemos dar en pocas palabras justamente lo que necesita?

La Biblia es como una gran despensa y como una gran farmacia. Buscando al Señor con honestidad nos guiará a lo que debemos «dar».  Todas las medicinas son buenas, pero no valen para todo. El médico tiene que saber dar la medicina adecuada para cada mal, ¡no puede darle un puñado de ellas y pensar “alguna le hará bien”! Todos los alimentos son buenos, pero ya hemos visto que no todos pueden digerir un filete; también están los que pueden tomar alimento sólido, pero si comen mucho pueden coger una indigestión; los alérgicos a la glucosa, los diabéticos, etc.  Jesucristo tuvo en cuenta lo que sus discípulos podían llevar y no los cargó con más: «Aún tengo muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar». Juan 16:12.  ¿No podemos ser guiados por la sabiduría de Dios a hacer lo adecuado en cada caso?

¡Que Dios nos ayude!

 

Referencias Bibliográficas

  1. Feliciano Briones Cursos Bíblicos Apartados 2.459 28080 MADRID
  2. correo: cursosbiblicos2000@yahoo.es
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