(Por Jose Juan Morales Sosa)
Una temprana y famosa persecución detonó durante el imperio de Nerón. En el año 64 d. C., un terrible incendio calcinó la ciudad de Roma. Muchas personas en la ciudad, probablemente con justa razón, culparon a Nerón de la tragedia. Nerón tachó de culpables y castigó con refinados tormentos a esos que eran detestables por sus abominaciones y que la gente llama cristianos. Este nombre les viene de Cristo, que había sido entregado al suplicio por el procurador Poncio Pilato durante el principado de Tiberio César.
El cristianismo se separó en definitiva del judaísmo, al romper sus lazos con el templo y con Jerusalén, y surgió como su propia fe distintiva. No obstante, la persecución regresaría. En el año 98 d. C., el emperador Trajano lanzó una campaña contra la Iglesia que duraría casi dos décadas. En una reveladora correspondencia entre Plinio el Joven, gobernador de la provincia de Bitinia, y Trajano, Plinio preguntó si la simple mención del nombre «cristiano» ameritaba un castigo, o solo las actividades asociadas con él. Trajano respondió que los cristianos debían ser castigados sólo si se negaban a repudiar su fe y a «adorar a nuestros dioses». Si rechazaban su fe, debían ser liberados. Una de las cartas de Plinio describe su práctica:
Algunos cristianos profesantes renunciaron a Cristo, y la iglesia sufriría durante siglos por las preguntas relacionadas con cómo tratar a los apóstoles (o a los «vencidos» que solicitaban la readmisión a la comunidad. [Nota: este es uno de los efectos duraderos de estas primeras persecuciones].
Otro período de relativa tranquilidad y crecimiento vino cerca del año 125 d. C., hasta el reinado de Marco Aurelio (161-180 d. C.), quien desencadenó una nueva campaña de persecución. Muchos cristianos fueron martirizados durante estos años, entre ellos importantes líderes de la Iglesia como Policarpo. Eusebio registra que cuando el procónsul ordenó a Policarpo que maldijera el nombre de Cristo, Policarpo confeso que es cristiano , Ante esto, toda la multitud de gentiles y judíos se enardecieron encolerizados y gritaron a viva voz Debe ser quemado vivo.
Luego de esta temporada de prueba, los cristianos disfrutaron otras dos décadas de relativa paz, mientras que la fe continuaba creciendo por todo el imperio. A partir del año 197 hasta el 212 d. C., hubo más persecución. Desde los linchamientos en Alejandría, hasta los ataques de la mafia en Roma, y las ejecuciones judiciales en Cartago, la fe de los creyentes fue puesta a prueba fuertemente.
La persecución disminuyó hasta el año 235 d. C., y luego comenzó a crecer nuevamente. Las condiciones se volvieron bastante graves en el año 250 d. C., cuando el nuevo emperador Decio (r. 249-251 dC.) asumió el trono deseando restaurar a Roma a su gloria anterior. Para promover la unidad cívica, ordenó que todos los ciudadanos participaran en sacrificios públicos a los dioses romanos. Aquellos que cumplían recibían certificados, que probaban que habían realizado los ritos exigidos [se encontraron certificados en Egipto en el siglo XX]. Quienes se negaban eran considerados traidores, y eran castigados. Para el año 251 d. C., un historiador escribe: «todo el cristianismo mediterráneo parece estar en ruinas». Esto sirve para advertirnos de que no debemos «romantizar» la persecución, y pensar que siempre solamente fortalece y hace crecer a la Iglesia. Bajo el dominio de Decio, la persecución casi logró destruirla.
Antes de poder llevar a cabo su exterminio contra la Iglesia, Decio murió en el campo de batalla, y la persecución disminuyó por un par de años. Sin embargo, en el año 257 d. C., el emperador Valeriano inició un nuevo intento para acabar con la Iglesia. Dio instrucciones detalladas de que los obispos, presbíteros y diáconos debían ser castigados inmediatamente con la muerte, mientras que los senadores romanos y oficiales militares que eran cristianos perdían su dignidad y patrimonio.
Valeriano fue capturado por los persas en el año 260 d. C., y su hijo sucesor permitió una relativa libertad religiosa, que la Iglesia disfrutó los siguientes 40 años. Durante este tiempo, la Iglesia creció y creció, dominando todos los niveles de la sociedad romana y expandiéndose por todo el norte de África, Egipto, Siria y Armenia. El cristianismo había obtenido tal prominencia para el año 300 d. C. Sin embargo, el Señor preservó a su Iglesia, y en el año 311 d. C. Galerio se rindió. Admitió haber fracasado en extinguir el cristianismo porque muchos cristianos se negaron a obedecerle.” (9marks, s.f.)
Referencias Bibliográficas
- 9marks (s.f.) La Iglesia Primitiva, Inicios y Persecuciones. Recuperado de: https://es.9marks.org/articulo/historia-de-la-iglesia-clase-1-la-iglesia-primitiva-inicios-y-persecuciones/ (marks, s.f.)
- Curso IBLO No.14 -IPTH309 Iglecrecimiento 2- Universidad Cristiana Logos -UCL-
- Apuntes del Profesor José Juan Sosa Morales.