La Semana Santa despierta en nosotros una profunda meditación sobre el sacrificio supremo de Jesús y su amor inquebrantable hacia la humanidad. Durante estos días, nos sumergimos en los eventos que llevaron a Jesús desde su entrada triunfal en Jerusalén hasta su crucifixión y resurrección. Es una semana que nos muestra la gama completa de experiencias humanas y emociones que Jesús enfrentó: el escarnio, la soledad, el acoso, el dolor físico y la angustia más profunda.
«Y decían muchos: ¡Crucifícalo! […] Pero él estaba callado y no respondía nada.» (Marcos 15:13-14, Reina Valera). En el silencio de Jesús ante sus acusadores, vislumbramos la soledad y el despojo de toda dignidad humana. A pesar de ser el Hijo de Dios, experimentó el abandono cuando incluso sus discípulos más cercanos lo dejaron solo.
«Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron.» (Mateo 26:56, Reina Valera). En este momento de soledad extrema, Jesús permaneció firme, consciente de que cada paso hacia la cruz era un paso hacia nuestra redención.
El dolor físico que Jesús soportó superó cualquier sufrimiento humano imaginable. «Y le pusieron una corona de espinas y le golpeaban la cabeza con una caña.» (Marcos 15:17-19, Reina Valera). Cada espina, cada azote, cada clavo, fue un testimonio del precio que pagaba por nuestra libertad.
¿Qué implica esta libertad?
Jesús no solo nos liberó de las cadenas del pecado y la muerte, sino que también nos ofreció libertad emocional y paz que supera todo entendimiento. «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.» (Mateo 11:28, Reina Valera). En Jesús encontramos un refugio seguro, un lugar donde nuestras almas pueden encontrar descanso y ser verdaderamente libres.
La resurrección de Jesús es la promesa de una vida nueva, una esperanza que trasciende esta vida terrenal. «Y Dios limpiará toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.» (Apocalipsis 21:4, Reina Valera). Esta es la promesa de un futuro donde el dolor y el sufrimiento no tendrán cabida, donde seremos libres en la presencia de Dios para siempre.
En esta Semana Santa, mientras reflexionamos sobre la pasión de Cristo, recordemos que cada acto de amor, cada sacrificio, fue hecho por nosotros; el pago el precio por nuestra sanidad interior, por cada herida emocional del pasado o del presente…¡Nunca lo olvidemos!
Que la profundidad de su amor nos inspire a vivir una vida de gratitud, libertad y esperanza. Que podamos vivir cada día reconociendo el regalo inmenso que es su amor y que siempre respondamos con una entrega sincera y agradecida.
Por María del Pilar Salazar
Decana Académica
Univ. Logos
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