En la actualidad, la ciencia reconoce lo que la Biblia ha sabido durante siglos: el poder del lenguaje. Los versículos bíblicos nos enseñan sobre la importancia de las palabras y cómo estas pueden afectar nuestras vidas y las de los demás. Sin embargo, a pesar de este conocimiento antiguo, parece que el lenguaje está experimentando una involución en la era moderna.
En un mundo obsesionado con la innovación y la evolución, el lenguaje parece estar estancado en un ciclo de degradación. Las redes sociales están saturadas de videos cortos en los que jóvenes y jovencitas o incluso vemos adultos; que apenas pueden pasar tres segundos sin pronunciar groserías. Esta tendencia, lejos de ser moderna, es una manifestación de una cultura que ama el mal decir y la falta de respeto hacia el prójimo y las normas básicas del lenguaje.
Pero…¿Qué pasaría si propusiéramos una verdadera revolución del lenguaje? Una en la que nos comprometiéramos a hablar con elegancia, en amor y con respeto. Elevar el listón del lenguaje podría ser una forma poderosa de transformar nuestras interacciones diarias y nuestra sociedad en su conjunto.
La Biblia nos enseña sobre el poder de la palabra para edificar o destruir. En Proverbios 18:21 (NVI), se nos recuerda: «La lengua tiene poder sobre la vida y sobre la muerte; los que hablan mucho cosecharán las consecuencias». Este versículo nos insta a ser conscientes del impacto de nuestras palabras y a usarlas sabiamente para construir y no para destruir.
En Efesios 4:29 (RVR1960), se nos exhorta: «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes». Esta enseñanza nos desafía a filtrar nuestras palabras y a comunicarnos de manera que edifiquemos a los demás y les demos gracia.
La revolución del lenguaje también implica de nuevo “elevar el listón” en la forma en que nos dirigimos para hablar de nuestras naciones y líderes. Si cada uno de nosotros se compromete a ser parte de esta revolución, podemos cambiar la forma en que nos comunicamos y crear un mundo donde el lenguaje sea una fuerza para el bien y la unidad. Como agentes de buenas nuevas, podemos despejar los aires y hacer que lluevan bendiciones.
En conclusión, la revolución del lenguaje no sólo implica hablar de manera correcta y respetuosa, sino también usar nuestras palabras para construir, edificar y promover el amor y la unidad. Es hora de que nos comprometamos a ser portadores de un lenguaje que transforme nuestras vidas y el mundo que nos rodea.
¡Un buen embajador tiene un lenguaje que agrada al Señor!.
Por María del Pilar Salazar
Decana Académica
Univ. Logos
Universidad Cristiana Logos: https://www.logos.university/