En el ministerio cristiano, la gracia y el perdón son dos pilares fundamentales que deben guiar cada interacción pastoral. Como líderes y consejeros, nuestra misión es no solo enseñar y guiar, sino también mostrar la compasión, misericordia y gracia que Dios nos ha otorgado a través de Jesucristo. El apóstol Pablo nos recuerda que “por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8). Así como hemos recibido esa gracia inmerecida, somos llamados a extenderla a otros, especialmente en el contexto del ministerio pastoral.
El Trono de la Gracia: Un Lugar de Acceso
La Escritura nos invita a acercarnos confiadamente al “trono de la gracia”, donde encontramos misericordia y gracia para el oportuno socorro: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16, Reina-Valera 1960). Este versículo nos reafirma que la gracia y el perdón no son solo doctrinas abstractas, sino realidades tangibles que están disponibles para cada uno de nosotros.
Como consejeros, debemos primero experimentar este acceso personal al trono de la gracia. Solo cuando entendemos profundamente la magnitud del perdón y la gracia de Dios podemos extender esa misma misericordia a quienes vienen a nosotros en busca de consejo, apoyo o restauración. En el ejercicio de la consejería, es esencial recordar que no somos jueces, sino instrumentos de Dios para canalizar su gracia hacia aquellos que lo necesitan.
La Gracia como Ejemplo y Transformación
Uno de los retos más grandes en el ministerio es trabajar con personas que han fallado, que están enredadas en el pecado o que han sido profundamente heridas. En estos momentos, el consejo bíblico nos dirige hacia el perdón y la gracia, en lugar del juicio o la condenación. Jesús mismo nos mostró este camino de gracia cuando, frente a la mujer sorprendida en adulterio, dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11, Reina-Valera 1960). Esta declaración está impregnada de una gracia transformadora. Jesús no ignoró el pecado, pero sí ofreció perdón junto con un llamado a una nueva vida.
En nuestro rol como consejeros, no se trata sólo de perdonar a quienes han fallado, sino de guiarlos hacia una transformación de vida que solo puede ocurrir cuando la gracia de Dios actúa en sus corazones. Este tipo de perdón es radical y desinteresado. Implica dejar a un lado nuestro orgullo y nuestras posibles heridas personales para reflejar el corazón de Cristo, que nos perdonó aun cuando estábamos muertos en delitos y pecados (Efesios 2:5).
El Perdón como Herramienta de Restauración
El perdón es otra área crucial en el ministerio pastoral. Los pastores y consejeros son, a menudo, testigos de conflictos interpersonales, ya sea en la familia, en la iglesia o en la comunidad. La Escritura nos instruye claramente sobre la importancia del perdón para la restauración de las relaciones. Colosenses 3:13 nos dice: “Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Reina-Valera 1960).
El perdón, entonces, no es una opción, sino una directriz clara para quienes seguimos a Cristo. En la consejería, debemos ayudar a las personas a entender que el perdón no es un sentimiento, sino una decisión. Este acto de obediencia hacia Dios libera tanto al ofensor como al ofendido. Es un regalo que damos a otros, reflejando lo que Dios ya ha hecho por nosotros. Sin embargo, el perdón no significa ignorar la justicia. Como consejeros, debemos enseñar que el perdón y la restauración pueden ir acompañados de un compromiso renovado con la santidad y la verdad.
El Ejemplo de Cristo: Perdonar sin Límites
Jesús nos enseñó que el perdón no tiene límites. En Mateo 18:21-22, cuando Pedro le preguntó cuántas veces debía perdonar a su hermano, Jesús respondió: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Reina-Valera 1960). Este pasaje nos recalca que el perdón no debe ser condicionado por la cantidad de veces que alguien falla. Como pastores, líderes y consejeros, a menudo veremos a personas que luchan con los mismos problemas una y otra vez. Pero nuestra tarea no es perder la paciencia ni rendirnos, sino seguir ofreciendo la gracia de Dios una y otra vez.
Sin embargo, esto no significa ser ingenuos o permitir que las personas se aprovechen de la gracia. El perdón bíblico debe ir acompañado de un proceso de transformación. Así como Jesús perdonó a la mujer adúltera pero le dijo que no pecara más, nosotros también debemos acompañar a quienes aconsejamos hacia un camino de arrepentimiento genuino y cambio de vida.
El Poder de la Gracia para Sanar
El ministerio pastoral también implica trabajar con personas que han sido gravemente heridas, ya sea por el pecado de otros o por las circunstancias de la vida. En estos casos, la gracia y el perdón son herramientas poderosas de sanidad. La gracia de Dios no solo cubre nuestros pecados, sino que también sana nuestras heridas. Isaías 53:5 nos recuerda: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Reina-Valera 1960).
Cuando guiamos a las personas a comprender la profundidad del sacrificio de Cristo, les estamos ofreciendo no solo el perdón de sus pecados, sino también la oportunidad de sanar sus corazones heridos. El ministerio de consejería debe apuntar hacia esta realidad: la gracia de Dios no solo restaura la relación del individuo con Él, sino que también trae sanidad a todas las áreas de la vida.
Conclusión: Reflejando la Gracia y el Perdón en Cada Interacción
Como líderes y consejeros, estamos llamados a ser reflejos vivos del trono de la gracia. La misericordia y el perdón no son simplemente doctrinas que predicamos desde el púlpito o principios que enseñamos en una clase de consejería. Son actitudes y acciones que deben guiar cada una de nuestras interacciones con aquellos que Dios pone bajo nuestro cuidado.
Al aplicar la gracia y el perdón en el ministerio, recordamos que somos solo vasos frágiles, llevando un tesoro invaluable (2 Corintios 4:7). Y mientras permanecemos cerca del trono de la gracia, podemos extender esa misma misericordia a los demás, sabiendo que cada acto de perdón y cada gesto de gracia tiene el poder de transformar vidas para la gloria de Dios.
Por María del Pilar Salazar
Decana Académica
Univ. Logos
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