La Semana Santa es un tiempo de profunda reflexión, un periodo en el que recordamos la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Más allá del relato histórico, la cruz nos revela un Salvador que conoce el sufrimiento en todas sus formas. Él no solo llevó el pecado de la humanidad, sino que también experimentó el dolor físico, emocional y espiritual en su máxima expresión. En cada herida, en cada golpe y en cada lágrima, Jesús nos muestra que entiende las angustias humanas como nadie más.
La Cruz y el Dolor del Corazón
Jesús no fue ajeno al dolor emocional. Fue traicionado por uno de sus más cercanos, abandonado por sus discípulos y rechazado por el pueblo que unos días antes lo había aclamado: “Y toda la multitud daba voces, diciendo: ¡Fuera con este, y suéltanos a Barrabás!” (Lucas 23:18, RV1960).
La traición duele, el abandono deja marcas, la injusticia hiere. Pero Jesús, en la cruz, llevó también esos dolores. No solo fue crucificado en su cuerpo, sino también en su alma. Él comprende lo que significa sentirse traicionado, rechazado y despojado de todo. Incluso sus vestiduras fueron sorteadas entre los soldados (Mateo 27:35). En Jesús encontramos a alguien que sabe lo que significa perderlo todo y aun así mantenerse firme en el amor.
Las Angustias de la Mente: La Corona de Espinas
El sufrimiento de Cristo no sólo fue físico; también enfrentó el tormento mental y espiritual. La corona de espinas colocada sobre su cabeza no solo simbolizaba burla y humillación, sino también una representación del dolor interno, de la carga mental que muchos enfrentan en la vida diaria. “Y habiendo entretejido una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!” (Mateo 27:29, RV1960).
Jesús sabe lo que es el peso de la angustia, la preocupación y el miedo. En Getsemaní, su alma estaba en tal agonía que sudó gotas de sangre (Lucas 22:44). Si alguna vez te has sentido sobrecargado, sin salida o en desesperanza, recuerda que Jesús ha estado allí y ofrece descanso (Mateo 11:28).
Jesús y la Violencia: Latigazos en su Espalda
Las Escrituras nos dicen que fue azotado cruelmente: “Entonces Pilato tomó a Jesús, y le azotó” (Juan 19:1, RV1960). Cada latigazo fue un golpe de injusticia y brutalidad, y sin embargo, Jesús lo soportó en silencio. Él experimentó el abuso y la violencia, llevando sobre sí el sufrimiento de los oprimidos. Su dolor no fue en vano: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5, RV1960).
La Inmovilización: Clavado en un Madero
Jesús conoce el sufrimiento de aquellos que han sido privados de su libertad, aquellos que han perdido la movilidad, aquellos que han sido atados por el dolor físico o las circunstancias. Sus manos y pies fueron clavados a la cruz (Lucas 24:39). Él sabe lo que es sentirse inmovilizado, sin escape, pero también nos muestra que el dolor y la muerte no tienen la última palabra.
Jesús y la Injusticia
Nadie ha experimentado una injusticia mayor que Jesús. Pilato mismo reconoció su inocencia: “Ningún delito hallo en este hombre” (Lucas 23:4, RV1960), y aun así, fue condenado a muerte. Si alguna vez has sido tratado injustamente, si has sido acusado falsamente o juzgado sin razón, Jesús comprende tu dolor. Su juicio fue manipulado, las pruebas en su contra fueron tergiversadas, pero él permaneció firme.
La Carga Inimaginable del Pecado
Más allá del dolor físico y emocional, Jesús cargó con el pecado de toda la humanidad. En la cruz, experimentó la separación del Padre cuando exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46, RV1960). Ningún sufrimiento humano puede compararse con esta carga. Sin embargo, esto no significa que minimice el dolor de cada persona. Al contrario, Jesús se compadece de cada uno y nos invita a depositar nuestra carga en él (1 Pedro 5:7).
La Esperanza de la Resurrección
La historia de Jesús no termina en la cruz. Su sepulcro quedó vacío al tercer día, demostrando que ni el dolor, ni la muerte, ni la injusticia tienen la victoria final. “No está aquí, sino que ha resucitado” (Lucas 24:6, RV1960). Esto nos da esperanza: cualquier sufrimiento que enfrentamos en esta vida tiene un final, porque Jesús tiene la última palabra. En él, todo puede ser hecho nuevo.
Si esta Semana Santa te encuentras en aflicción, abatimiento o con el corazón cargado, recuerda que Jesús te comprende mejor que nadie. No estás solo(a) en su dolor. Acude a él, porque su amor y su victoria sobre la muerte te ofrecen paz y renovación.
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28, RV1960).
Por María del Pilar Salazar
Decana Académica
Univ. Logos
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