En el contexto pastoral, es común escuchar testimonios de creyentes comprometidos que, a pesar de años en la fe, siguen lidiando con áreas internas no resueltas. No se trata de grandes caídas ni pecados escandalosos, sino de actitudes, heridas, inseguridades o formas de pensar que permanecen ocultas, pero que obstaculizan el crecimiento. La Biblia los llama, simbólicamente, “las zorras pequeñas”.
“Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas; porque nuestras viñas están en cierne” (Cantares 2:15, RV1960). Esta imagen poética contiene una advertencia poderosa: no son siempre las grandes amenazas las que destruyen el fruto, sino los hábitos sutiles y dañinos que dejamos sin confrontar. Las “zorras pequeñas” representan patrones de pensamiento, emociones mal gestionadas o mecanismos de defensa que sabotean nuestra intimidad con Dios y nuestras relaciones.
La viña en cierne: el alma que está siendo transformada
La viña en crecimiento simboliza nuestra alma en proceso de restauración. Muchos creyentes reciben con gozo el evangelio, empiezan a servir, oran y estudian la Palabra. Pero cuando no se detienen a permitir que Dios trate con su interior, el avance se estanca. Hay líderes que predican con poder, pero no perdonan una ofensa de hace años; hermanos que oraron fervorosamente, pero critican con amargura; creyentes generosos, pero incapaces de reconocer sus propios límites emocionales.
Es posible vivir una vida activa en la iglesia, pero vacía en lo profundo del alma. Jesús reprendió a los fariseos por eso: “Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí” (Mateo 15:8, RV1960). El Señor no busca rendimiento externo, sino una transformación interior que se refleje en frutos verdaderos.
Zorras pequeñas: ¿qué tipo de hábitos nos están robando?
- Falsa humildad: Rechazar el reconocimiento o minimizar los dones que Dios ha dado parece piadoso, pero puede esconder temor, inseguridad o necesidad de aprobación.
- Autojustificación constante: No reconocer errores ni aceptar corrección es una señal de orgullo disfrazado.
- Pensamientos derrotistas: “Yo no sirvo”, “nunca cambiaré”, “esto no es para mí”. Estos pensamientos no vienen de Dios. “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7, RV1960).
- Amargura escondida: A veces se manifiesta en sarcasmo, dureza o indiferencia. “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe…” (Hebreos 12:15, RV1960).
- Crítica destructiva disfrazada de discernimiento: Cuando no se ora por lo que se critica, el problema ya no es espiritual, es del corazón. “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido” (Mateo 7:1-2, RV1960).
Sanidad interior: un proceso indispensable
No se trata solo de “sentirse mejor”, sino de permitir que el Espíritu Santo haga una obra de transformación profunda. El salmista oraba: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmos 51:10, RV1960). Esa renovación incluye enfrentar heridas, perdonar, reconocer actitudes dañinas y desarraigar pensamientos que no glorifican a Dios.
Hay creyentes que llevan años sirviendo, pero no se han permitido llorar por lo que dolió, hablar de lo que marcó, o confesar lo que arrastran. El alma se vuelve rígida, y la gracia pierde frescura. Como bien expresa la Nueva Versión Internacional: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23, NVI).
¿Cómo cazamos esas zorras pequeñas?
- Autoevaluación sincera: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos” (Salmos 139:23, RV1960).
- Diálogo honesto con un mentor o consejero: “El camino del necio es derecho en su opinión; Mas el que obedece al consejo es sabio” (Proverbios 12:15, RV1960). No todo puede resolverse a solas. Dios usa personas para confrontarnos en amor.
- Oración constante y dirigida: No para pedir bendiciones externas, sino para que Él nos muestre las zonas internas donde no hemos cedido el control. “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmos 51:10, RV1960)
- Disposición a cambiar: Jesús preguntó al paralítico: “¿Quieres ser sano?” (Juan 5:6, RV1960). No todos quieren cambiar, aunque sufran. Una vez identificado el problema, se requiere humildad para transformarlo.
La vida del Espíritu se manifiesta en lo profundo
Un creyente maduro es el que ha permitido que Dios trabaje en sus raíces. No basta con los frutos exteriores. Pablo enseña que “el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza…” (Gálatas 5:22-23, RV1960). Estas características surgen no de un esfuerzo voluntarista, sino de un corazón restaurado, libre de amargura, temor y orgullo.
Por eso, este no es un llamado a buscar culpables, sino a permitir que el Espíritu Santo alumbre lo que aún está escondido. El Señor no está esperando que seamos perfectos, pero sí disponibles. Él quiere sanar el alma para que el ministerio, la familia y la vida diaria reflejen la plenitud de su gracia.
Por María del Pilar Salazar
Decana Académica
Univ. Logos
YouTube: https://www.youtube.com/@LeccionesdeBibliayCiencia
Facebook: https://www.facebook.com/leccionesbibliayciencia/
Instagram: https://www.instagram.com/leccionesdebibliayciencia/