La consejería cristiana no puede desligarse de la manera en que el creyente entiende quién es Dios y cómo Él lo ha creado. La Escritura declara desde el inicio: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27, RV1960). Esta afirmación es el fundamento de toda reflexión sobre la dignidad humana, la identidad espiritual y el cuidado de la salud emocional. Reconocer la imagen de Dios en nosotros no es un concepto abstracto, sino una verdad que transforma la manera en que nos relacionamos con nosotros mismos, con los demás y con el Creador.
La imagen de Dios como fundamento de identidad
En la práctica de la consejería, muchas crisis emocionales se originan en la confusión sobre el valor personal. El mundo suele medir la identidad en función de logros, apariencia o posesiones. Sin embargo, la Escritura enseña que nuestro valor proviene de haber sido creados por Dios a su semejanza. El salmista proclama: “Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras” (Salmos 139:13-14, RV1960).
El creyente que asume esta verdad puede encontrar seguridad emocional, pues su valor no depende de comparaciones ni del reconocimiento humano. Aquí la consejería tiene un papel clave: recordar al aconsejado que su identidad está enraizada en Dios y no en las circunstancias cambiantes de la vida.
La salud emocional desde una visión bíblica
La salud emocional, a la luz de la fe, no significa ausencia de dificultades, sino aprender a gestionar las emociones en la presencia de Dios. Jesús mismo mostró tristeza, compasión y enojo sin perder su comunión con el Padre. Por eso, acompañar a un creyente en su desarrollo emocional implica enseñarle a reconocer sus emociones como parte de su humanidad redimida y a llevarlas delante del Señor.
El apóstol Pablo exhorta: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7, RV1960). La salud emocional, entonces, se fortalece cuando las cargas se entregan al Señor en confianza.
Distorsiones de la imagen de Dios y sus efectos emocionales
Cuando la imagen de Dios se distorsiona en la mente del creyente, surgen patrones dañinos para la salud emocional. Por ejemplo:
- Si se percibe a Dios como un juez implacable, el creyente puede vivir en temor constante y culpa excesiva.
- Si se le ve como lejano o indiferente, la persona puede experimentar abandono y desesperanza.
- Si se confunde a Dios con figuras humanas imperfectas, la fe puede verse afectada por heridas emocionales no sanadas.
Por ello, la consejería bíblica busca corregir estas percepciones erróneas a la luz de la revelación. La NVI afirma: “El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 4:8). Esta verdad libera al creyente de visiones distorsionadas y lo conduce a experimentar un vínculo sano y restaurador con su Creador.
La comunidad de fe como espacio de sanidad
El crecimiento emocional no ocurre en aislamiento. El diseño de Dios incluye la comunidad como espacio de apoyo y cuidado mutuo. La Biblia enseña: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2, RV1960).
Una iglesia que reconoce la imagen de Dios en cada miembro fomenta ambientes de aceptación, compasión y acompañamiento. La consejería cristiana, en este marco, no es solo tarea de líderes, sino una práctica comunitaria que impulsa la salud integral del pueblo de Dios.
Conclusión
La relación entre la imagen de Dios y la salud emocional del creyente es inseparable. Saber que hemos sido creados con dignidad, propósito y valor en Cristo cambia radicalmente la manera en que enfrentamos las emociones, los desafíos y las heridas del corazón. La consejería cristiana se convierte, entonces, en un ministerio de restauración que recuerda constantemente al creyente quién es en Dios y lo acompaña a vivir en esa verdad.
Al final, el propósito no es simplemente alcanzar estabilidad emocional, sino reflejar a Cristo en cada área de la vida. Como enseña el apóstol: “Renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:23-24, RV1960). En este proceso de renovación, el creyente encuentra verdadera salud emocional: aquella que brota de saberse amado, aceptado y transformado por Dios.
Por María del Pilar Salazar
Decana Académica
Univ. Logos
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