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Discernir la cizaña en el alma: una reflexión bíblica para consejeros cristianos

El corazón humano y el campo del alma

Jesús, en su sabiduría, nos dejó enseñanzas profundas a través de parábolas. Una de las más impactantes para el ministerio de la consejería cristiana es la del trigo y la cizaña. En Mateo 13:24-30, el Maestro relata cómo un hombre sembró buena semilla en su campo, pero mientras dormían, vino el enemigo y sembró cizaña entre el trigo. Al crecer ambas, los siervos preguntaron si debían arrancarla, pero el dueño respondió: “No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo” (Mateo 13:29, RV1960).

Esta parábola no solo habla del juicio final o de la realidad espiritual en el mundo. También nos invita a mirar el alma humana como un campo donde conviven elementos buenos y dañinos, muchas veces difíciles de distinguir a simple vista. Para el consejero cristiano, este texto se convierte en una clave de discernimiento, paciencia y gracia al acompañar a personas en procesos de sanidad interior.

¿Qué representa la cizaña en la vida interior?

La cizaña es una planta que en su etapa temprana se parece mucho al trigo. Solo al madurar se evidencian sus diferencias: mientras el trigo produce grano, la cizaña es estéril y venenosa. En términos del alma, la cizaña puede representar:

  • Pensamientos distorsionados que aparentan verdad pero que envenenan la percepción de uno mismo, de Dios o de los demás.
  • Heridas emocionales no sanadas, que con el tiempo generan actitudes defensivas o destructivas.
  • Pecados ocultos o justificados, que se confunden con debilidades normales pero que producen fruto amargo.
  • Modelos de creencia aprendidos, que parecen bíblicos, pero están basados en legalismo, miedo o culpa.

Jesús enseña que estas “plantas” crecen al lado del trigo, es decir, conviven con lo que sí es bueno, puro y verdadero. La vida del creyente es un terreno mixto, en proceso. Por eso, la consejería no se trata de arrancar apresuradamente todo lo que parece erróneo, sino de acompañar con discernimiento, permitiendo que el Espíritu Santo revele qué debe ser transformado.

Acompañar sin dañar: una lección de sabiduría

Una de las advertencias más conmovedoras de la parábola es el peligro de actuar con precipitación. “No sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo” (Mateo 13:29, RV1960). En el contexto de la consejería, esto nos llama a:

  1. No emitir juicios rápidos. Lo que parece una reacción desproporcionada o un patrón de conducta negativo puede estar conectado a un trauma no revelado.
  2. Evitar la corrección sin compasión. La exhortación sin gracia puede apagar la fe incipiente o fortalecer la culpa.
  3. Permitir el proceso. La sanidad interior no es inmediata. Algunas verdades solo se revelan cuando el alma ha crecido lo suficiente como para verlas sin romperse.

El consejero cristiano es un sembrador paciente, no un juez prematuro. Como dijo Pablo: “El siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido” (2 Timoteo 2:24, RV1960).

El juicio es del Señor

En Mateo 13:30, el dueño del campo dice: “Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega”. En la consejería esto se traduce en confiar en que el juicio justo y la transformación profunda pertenecen a Dios, no al consejero. Nosotros acompañamos, guiamos con la Palabra, oramos y discernimos. Pero el que transforma el corazón es el Espíritu Santo.

Muchas veces queremos arrancar de inmediato lo que no entendemos o lo que incomoda, pero no siempre vemos todo lo que Dios está haciendo. Solo Él conoce el momento justo para confrontar, sanar o liberar.

Una esperanza para los que lloran

Aunque la cizaña parezca tener fuerza o presencia en la vida de alguien, el poder del Evangelio no es neutralizado por ella. El trigo sigue creciendo. La Palabra sigue obrando. “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6, RV1960).

Por eso, el llamado del consejero cristiano no es a producir resultados inmediatos, sino a acompañar con fidelidad, recordando que el campo es del Señor, y Él sabe lo que hace con cada planta.

Conclusión: discernir con gracia, acompañar con esperanza

La parábola del trigo y la cizaña es un recordatorio para los consejeros: no todo lo que parece dañino debe ser arrancado de inmediato, ni todo lo que luce sano es trigo verdadero. La sabiduría está en discernir con la ayuda del Espíritu, acompañar con humildad y confiar en que el Juez justo dará el crecimiento y la cosecha final.

El alma es tierra sagrada. Que nuestra tarea sea ministrar con reverencia, paciencia y la verdad de la Palabra, como instrumentos de aquel que no quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo que humea (Isaías 42:3).

Por María del Pilar Salazar

Decana Académica 

Univ. Logos

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